Hay días en que somos tantas cosas, que se nos olvida que también somos una.
Una sola mujer con un corazón que late fuerte, sueños que aún respiran, y un alma que necesita silencio, espacio y sol.
Ser esposa, ser madre, ser trabajadora, cuidadora, consejera, administradora, cocinera, amiga, creyente… y la lista no termina. Cada título pesa distinto, pero todos ocupan tiempo, energía, atención y amor. Y muchas veces —sin darnos cuenta— ese amor se lo damos a todos, menos a nosotras mismas.
No es que no queramos cuidarnos. Es que entre tanta necesidad ajena, nos convencemos de que “ya habrá tiempo”. Pero el tiempo no llega. Se escurre entre meriendas, correos, pañales, tareas, decisiones, ropa sucia, compromisos y promesas cumplidas con todos… excepto contigo.
Y entonces el alma se empieza a secar. Los hobbies se archivan. Los libros se empolvan. La música se silencia. Las pasiones se duermen. Y esa mujer que un día reía fuerte, soñaba con locura o pintaba sin motivo, ya no se encuentra en el espejo.
Pero aquí va una verdad que no necesita permiso:
Tú también importas.
No porque dejes de ser todo lo demás, sino precisamente porque eres tanto… que necesitas reencontrarte contigo.
Tomarte 10 minutos para ti no es egoísmo.
Salir a caminar sola no es abandono.
Decidir descansar sin culpa no es flojera.
Reír, llorar, escribir, pintar, orar, respirar… no son lujos. Son necesidad.
Y no hablo solo del autocuidado superficial. Hablo de ese autocuidado profundo, que honra a la mujer que vive debajo de todos esos roles. La que ama servir, pero también necesita ser servida por el descanso, por el arte, por la Palabra, por el silencio, por Dios.
Dice Mateo 11:28:
"Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso.”
Esa invitación también es para ti.
Tu alma merece volver a respirar.
Así que empieza pequeño. Tal vez cinco minutos hoy. Tal vez una hora el sábado. Pero que sea tuya. Sin culpa. Sin justificaciones.
Porque entre todo lo que eres, también eres tú.
Y eso es valioso.
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